Otra colaboración del amigo Aurelio Álvarez, en esta ocasión nos recuerda aquellos veranos en los que se iba al pueblo, y el viaje ya era toda una aventura...
VIAJE A SOUTOPENEDO.
“Ten siempre a Ítaca en tu mente.
Llegar allí es tu destino.
Mas no apresures nunca el viaje”
(Ítaca, K. Cavafis)
Sería la una de la tarde de un caluroso día de agosto (de aquellos años en
los que el sol era falangista y la luz no era luminosa) cuando accedí a la
calle Manuel Murguía para subir a la carrilana que me llevaría a
Soutopenedo, en donde mi madre y mis hermanas pasábamos las
vacaciones del final del verano.
Mis ojos de niño se ensancharon de asombro ante la contemplación de
aquél imponente vehículo, alto como un castillo y carrocería acorazada con
material metálico reforzado con traviesas de madera, para defenderse,
pensé yo, de los ataques de los dragones o de cualquier enemigo con
pretensiones innobles y oscuras. En el frontal, dos grandes huecos, como
aspilleras defensivas, cubiertos por sendos cristales, desde los que
vislumbrar la llegada de las mesnadas sarracenas o gente de peor calaña.
Arriba, a lo alto, en el techo del carruaje, unos recipientes o baldes de zinc,
amontonados, formando el parapeto de la atalaya-almena quimérica de mi
maravilloso transporte.
La Aventura comenzaba.
A duras penas conseguí subir los dos peldaños que daban acceso al interior
de aquél fortín del Capitán Trueno, y en vez de la rubia y vikinga Sigrid del
cómic, me encontré con la algarabía, de unas mujeres anchas de sonrisa y
espalda, negros los ojos y los cabellos, y una mirada larga y penetrante.
Unas veinte mujeres que ocupaban la casi totalidad de los asientos, de
skay, ya bien baqueteados, por su uso diario.
Los rostros ya relajados pero cansados después de toda una mañana
distribuyendo la leche por los domicilios orensanos,
charloteaban animadamente sobre asuntos diversos de difícil comprensión
para mí. Una de ellas, mastica con fruición y ansia una fruta que
inicialmente me parecía una manzana, me ofrece un bocado alargando la
mano, ¡era un tomate! No sabía que los tomates se podían comer como
manzanas, así a pelo, sin aceite, sal y vinagre. Interesante, muchas gracias,
tal vez en otra ocasión, le dije a la simpática y generosa señora, no sin un
poco de azoramiento.
-Neno, ti vai diante, séntate eiquí, xunto a min-.
Era la voz de Eladio Martínez, “O Antelano”, el conductor y propietario de la
carrilana, jefe de tropa, brigadier de intendencia, cobrador de tributos
viajeros y posiblemente guía espiritual de todos sus clientes... y quien,
además, tenía el encargo de cuidarme durante el trepidante viaje. Ejercía su
mando con prestancia y tronío. Desde su boina negra que tapaba su más
que incipiente y brillante calva, con las mejillas sonrosadas y el gesto afable
hasta la simpatía más verosímil, transmitía sin dificultad el poderío de un
saber hacer experto y fiable.
Obediente, me acerqué al asiento delantero, un banco corrido, también de
skay, con solera de mil viajes. Desde el lado derecho me aproximé al centro
del banco, colocándome al lado del puesto de mando, mismo al lado de una
palanca vertical que no sé si era la de las marchas o del freno de mano.
Lo
más impresionante era el apabullante tamaño del instrumento principal de
conducción, el volante. Quizás por mi pequeña estatura de un niño de unos
seis años, o porque la distancia desde el mullido y oscilante asiento me
obligaba a visualizarlo desde un plano inferior, pero lo cierto es que el
manejo de Eladio alrededor de aquel objeto redondo me resultaba titánico,
tanto por el tamaño como por el esfuerzo que aparentemente requería para
su manipulación. Pero solo un personaje como él podía resolver esa
dificultad con total destreza. Y así impresionado por el volante y mirando a
través de aquel ventanal de cristal, sobre el que apenas asomaba mi nariz,
iniciamos el camino hacia Soutopenedo. Con un inquietante crujir del motor y los chirridos de las latas de leche
amontonadas en el techo, arrancó el vehículo.
En Denia, agosto 2019. Aurelio Álvarez Gómez.
Termina la próxima semana.....