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jueves, 24 de enero de 2019

Colaboración J.Luis Guede Historia de Las Josefinas

Fotografía -Archivo de Galicia  GO6071-519. En ella podéis ver el colegio en 1965 y la construcción de la que fue mi casa en Doctor Marañón. GRACIAS

    Entre las satisfacciones que me produce escribir este blog, está el comprobar que sirve de apoyo en unos casos y de excusa en otros para que vosotros dediquéis “algo” de vuestro tiempo a completar esta que yo llamo pequeña historia Ourensana.
En esta ocasión el maestro Guede, se ha tomado la molestia, o a disfrutado (que me parece una definición más correcta), de reunir a un grupo de ex alumnas del centro que dirige, Las Josefinas  y motivarlas para que le faciliten sus valiosos recuerdos; el resultado para los “avariciosos” como yo siempre nos parece escaso, sin embargo la experiencia me dice que cualquiera de estos “pequeños” datos son joyas para el futuro.
   Aquí tenéis el relato de recuerdos que unas ourensanas alumnas de Josefinas, nos regalan. A ellas y como no a José Luis Guede,   todo mi agradecimiento y el ruego de que se animen a repetir la experiencia. 

    Érase una vez un grupo de religiosas de Siervas de San José que procedentes de las Tierras de Trives llegaron a Ourense con la intención de abrir un nuevo centro de instrucción en la ciudad. Corría el año 1934. Bely Piñeiro nos cuenta que en 1936 sus hermanos y ella estuvieron en el primer colegio que las Josefinas tuvieron en la ciudad de Ourense. Fue en el nº 1 (en los anuncios de la época pone el nº7) de la rúa Xerónimo Feijoo. Un parvulario mixto en el edificio que alquilaron a Don José Fernández, aunque no logra recordar más que “comer galletas en la portería que estaba atendida por la Madre Consuelo, hermana de la Madre Laura la cocinera que sustituyó a la Madre Serafina”.
    Durante la guerra civil se ven obligadas a abandonar esta primera ubicación y en el año 1937 recuerda, junto con Pilar Álvarez y Purina Bermejo, trasladarse al “colegio nuevo”. Las monjas adquirieron una parte del edificio construido por Manuel Conde Fidalgo a finales del XIX.  Compartían comunidad con un carpintero y unas cuantas familias. Los bajos del edificio eran unos sótanos de piedra sobre los que volveré a preguntar en cuanto tenga oportunidad porque lo pasamos de largo y los suelos de las Josefinas son muy ricos y cargados de historia romana. El edificio estaba cerrado por un muro de mampostería medio derruido que permitía ver a la gente pasar. Se accedía por una puerta y tenía una entrada para carruajes. Había otra entrada al colegio, por el nº 4 de la calle del Baño, concretamente un jardín de la casa del abuelo de una de las exalumnas, Don Eustaquio Trapote. Ese terreno se acabó vendiendo para la construcción de un garaje que ocupaba lo que hoy es el acceso al CIATCO por dicha calle.
    De esos primeros años 40 recuerdan la gran chimenea de piedra que tenía el edificio antiguo y los balcones corridos que daban a la cocina, el comedor de las niñas y el comedor de las monjas. Bely Piñeiro cuenta que cierto día les pusieron un chorizo cuando les daban carne de ballena que no les gustaba nada porque “sabía a perros”. “Una compañera lo lanzó por la ventana con tan mala suerte que le dio en la cabeza a un señor calvo lo cual conllevó el tremendo enfado de la superiora Madre Vicenta” y, seguramente, el consiguiente picado de la tarjeta de comportamiento con los alfileres que cargaban en todo momento las Siervas. También tomaban agua de la Burga, que las monjas enfriaban en unos recipientes de barro, y leche condensada cocida. Eran malos tiempos, de cartilla de racionamiento y fielato. Concuerdan casi al unísono en decir que “las monjas pasaban hambre”.  En aquellos años, recuerdan con nostalgia, "todas las internas sabían la vida de todas, conocían a las familias y el compañerismo era ejemplar".
    A pesar del duro racionamiento, las familias solían colaborar con las Siervas llevando de cuando en vez unas cestas con lo que buenamente podían. Cuenta Julia Rubio que a quien recibían las monjas con los brazos bien abiertos era a su padre Don Raimundo Rubio, “con seis hijas internas y vecino de A Veiga donde tenía tienda. Venía cargado con fiambres varios. En Ourense pedía a Menéndez, el de los almacenes, que a las monjas no les diese de las lentejas y alubias malas, sino de las buenas. Y así era”. También recuerdan al padre de Celsita Paz y tantos otros que traían alimentos de los pueblos lo que ayudaba a las monjas a sacar adelante a las niñas del internado en unos momentos tan convulsos.
    Vestían un uniforme negro con capa y sombrero hasta que a finales de los 50 se cambia el modelo por el de pichi azul con camisa color crema y abrigo, reservando el velo para las celebraciones. Estudiaban cultura general y labores que eran impartidas por las religiosas. A partir de los diez años iban al bachiller donde se estudiaban materias troncales similares a las actuales que eran impartidas por profesores y profesoras solteras de la Sección Femenina. De entre las profesoras de Educación Física destacan a mi querida mentora Rosa Blanca Llamas Gómez. La gran pionera del deporte femenino, adelantada a la época y creadora de los primeros equipos de jóquey, balonvolea y baloncesto a finales de los años 50 donde las Josefinas lideraron durante décadas estos deportes. Esto bien merecería un monográfico y un reconocimiento.  Transcurridos los 7 años de bachiller había que trasladarse a Santiago para realizar la reválida.
     Y comienzan a cantar: Latín, latín, las vacaciones pasamos mal por ti, por el tostón de tus declinaciones, por tantas oraciones que nos hacen traducir…” y mientras tararean abandonan el aula de este primer encuentro que sin duda no será el último.